sábado, 7 de julio de 2007

El congreso 1ª Parte




Después de tantos días alejado de mi blog no sé como empezar, o más bien no sé como contar lo sucedido.

Por mucho que pensemos que la vida ya no puede sorprendernos, que los años vividos nos han ofrecido tantas ilusiones y decepciones como días vividos, siempre puede suceder algo diferente, algo que pueda parar por un instante, unos días, meses o incluso años esa calma y seguridad que da la rutina en la que a menudo nos refugiamos. Sí, esa temible rutina que dicen mata los sentimientos más viscérales, y que sin embargo se instaura sin pedir permiso en la vida de la mayoría de los mortales, y campa a sus anchas, a la que te acostumbras y llegas hasta a echar de menos en ciertas circunstancias.

Me levanté temprano para llegar dos horas antes al aeropuerto, el vuelo hacia Moscú salía a las 8h15 , un insipiente malhumor se hacia notar en mi rostro mis gestos incluso en la forma en la que le dije al taxista: quédese con el cambio. Las conferencias nunca me han gustado, y menos ilusión me hacia cruzar el continente de parte a parte para asistir a la dichosa conferencia sobre enfermedades infecciosas a la que me veía obligado a acudir. Una semana entera sin salir del hotel ya que este se encuentra justo al lado del aeropuerto, punto estratégico para la comodidad de todos los asistentes, pero a cincuenta kilómetros de la ciudad más próxima, por lo que no podría ni tan siquiera hacer un poco de turismo en los escasos ratos libres, teniendo en cuenta que el programa estaba muy apretado.

Al llegar al mostrador para facturar mi equipaje, poca cosa ya que la seguridad en los aeropuertos está llegando a unos límites desquiciantes, una señorita mantenía una sofocada discusión con la azafata encargada de las facturaciones. Según pude entender su equipaje sobrepasaba de unos cuantos kilos lo permitido. Por fin, aclarada la situación, dicha señorita se fue con un mosqueo impresionante, y los demás pasajeros pudimos por fin dejar nuestros bagajes, mientras por megafonía ya se estaba anunciando dicho vuelo.

Esas pequeñeces habían contribuido a que mi malhumor se convirtiera en cierta mala leche. La azafata me acomodó indicándome un sitio cerca de la ventanilla, no es que fuera a ver mucho, pero parece que da sensación de menos claustrofobia, ya que son doce horas de vuelo, y os puedo asegurar que se hace aburrido por mucho trabajo que te traigas para pasar el tiempo.

Abroché mi cinturón, el avión estaba ya a punto de despegar pero faltaba un viajero, una tal señorita Nikolevna Tlonienja que reclamaban insistentemente por megafonía…